domingo, 28 de febrero de 2010

La nueva muerte del autor

Aunque el ensayo de Suso de Toro se refiere a España creo que toca temas que nos atañen desde la periferia cultural. Me parece interesante sobre todo la idea del nacionalismo como una operación comercial y el rol de los escritores ante los proyectos políticos de las últimas dos décadas. Costa Rica no escapa de ciertas similitudes, pienso por ejemplo en la crisis editorial de finales de los ochentas y casi todos los noventa, pues claramente la literatura fue expulsada de la agenda política de los partidos en el poder. Pienso en las noticias del FIA que señalan la ausencia de escritores como parte del festival. Y claro, podemos volver a los premios nacionales...

martes, 23 de febrero de 2010

El borgeano


Se busca desde hace tiempo a los legítimos herederos de Borges. En Argentina, no sin razón, se ha señalado a Ricardo Piglia como el único autor que ha llegado a escribir novelas que sin duda hubieran complacido a Borges, libros como La ciudad ausente o Respiración artificial. Para otros el verdadero borgeano es el Roberto Bolaño de Los detectives salvajes. ¿No será más bien que los borgeanos conforman una sociedad secreta, con obras notables aquí y allá? Habría que preguntarle a Alexánder Obando, aunque él de seguro lo va a negar, porque quienes pertenecen a ciertas cofradías deben ser discretos y pasar por simples mortales. Sin embargo no es necio decir que su libro El más violento paraíso pertenece a ese selecto grupo de obras que logran conjugar en la vasta extensión de una novela varias preocupaciones éticas, estéticas y formales del inefable Borges.
En su compleja estructura, basada en la fragmentación, en relatos de breve extensión que van desde los juguetes cómicos hasta retratos de la vida cotidiana en una base lunar, El más violento paraíso nos brinda una teoría de la civilización, con Bizancio como punto de partida y destino recurrente y el culto a Dionisos como eje argumental y simbólico. No en vano el lector viaja sin mayores transiciones a la antigüedad, al presente y al futuro. No es casual tampoco que de Bizancio se pase a San José y de ahí a Sinus-Iridum. En esta novela tiempo y espacio se mueven en una relación de simultaneidad, no de progresión. Coinciden a un mismo nivel la Historia, con su crueldad y sus excesos, la pequeña y divertida anécdota local y la especulación filosófica.
Lo que articula este mundo de aparente caos son los ritos dionisiacos, una forma de conocimiento en sí, pero a la vez una lógica que permea cada una de las historias. Por una parte, Dionisos invoca al placer, cualquier tipo de placer. Para agradar al dios hay que soltar las riendas y dejar que el cuerpo experimente hasta que quede saciado. Pero Dionisos a su vez es una deidad de la muerte, y somete a los seres humanos a ciclos constantes de violencia y destrucción. Así las cosas, placer y muerte se entrelazan, determinan eventos y explican las acciones de personajes tan diversos y, al menos en apariencia, poco relacionados entre sí como lo son el chico de una soda josefina, Nikki o Mehmet II.
Como ocurre con las narraciones de Borges, El más violento paraíso puede leerse a varios niveles, como una cadena de anécdotas sabrosas, como un compendio de la infamia universal, como un logrado texto de ciencia ficción. Obando muestra el dominio de varios subgéneros y la habilidad para mantener siempre al lector atento e intrigado. Novela de sexo—y mucho—, novela sobre los extremos del poder, retrato de las múltiples posibilidades sensoriales que brindan las drogas, El más violento paraíso es un libro total y universal. Lo primero por cuanto logra abarcar un amplio espectro de temas y formas narrativas en procura de crear una realidad propia, autónoma, donde nada sobra ni hace falta. Lo segundo porque el libro establece conexiones con obras de otras culturas y con autores de distintas tradiciones. No se queda en un realismo local, no imita tímidamente posibles tendencias en la literatura contemporánea, sino que propone su propia visión de la novela como experiencia de lectura y hecho estético.
Se dice que Borges llegó a Dios por la razón. Asimismo lo ha hecho Obando, aunque en su narrativa esa deidad, Dionisos, nos pueda parecer contradictoria, pues no nos ofrece la eternidad individual sino el placer y la muerte en un ciclo eterno. Les queda a los lectores el reto de acercarse a esta propuesta. Lo bueno es que la lectura promete un disfrute enorme, como lo hace toda novela irreverente y notable.

martes, 16 de febrero de 2010

Los premios nacionales y sus críticos

Este año la temporada de premios nacionales ha sido un poco más larga de lo normal. Aún la semana pasada aparecieron algunos artículos sobre el tema, todos muy breves, y es probable que gracias al inminente nombramiento de un nuevo ministro o ministra de Cultura la expectativa alcance para alimentar aún más la discusión.
Los comentarios giran básicamente alrededor de la idoneidad de los jurados de premios nacionales. Un gran número de dichos comentarios, desafortunadamente, no han pasado de la serruchada de piso. Unos pocos han tratado de arrojar nombres de autores significativos, o han reiterado la marginalidad de la literatura frente a otras actividades humanas o nos han recordado que los autores son sus obras, no sus premios. Sin embargo, en general queda un vacío importante a la hora de una reflexión de más profundidad: ¿Cuáles obras merecían el premio nacional? ¿Por qué? ¿Qué es eso nuevo que se está fraguando en Costa Rica?
En algún momento pensé que el problema central era el concepto en sí de premio nacional, pero quizás he estado equivocado. Me parece que hay consenso y alegría por los premios de periodismo y divulgación, por dar un ejemplo. Hace poco apareció un comentario sobre la importancia del premiado en música. Entonces los premios nacionales no son el problema, excepto en literatura, donde casi siempre se levantan ronchas y se queda mal. Claro que algunos jurados justifican sus decisiones con razonamientos muy débiles o con lugares comunes, pero también se les ha atacado porque “nadie los conoce”, un argumento igualmente débil a menos que las personas elegidas como jurados no hayan tenido ningún tipo de contacto con el medio literario local, sea como crítico o autor. ¿Pero se arreglarán las cosas con nuevos jurados? ¿Quiénes aportarían credibilidad a la hora de juzgar la producción literaria del país?
Algunas personas apuntan a la conformación de los jurados, pues hay representantes—hasta donde me acuerdo—de la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional, la Editorial Costa Rica y la Asociación de Autores. ¿Pero quién garantiza que una conformación distinta va a representar a los nuevos grupos que se han ido formando en el país? Si en efecto la manera de relacionarse y discutir hacia dónde va la literatura costarricense se da por las redes sociales, ya no en los grupos gremiales de antaño, ¿tendrá un efecto positivo eliminar a los representantes de la Asociación de Autores o la ECR? Si las universidades públicas siguen siendo altas consumidoras de obra escrita en Costa Rica, ¿tiene sentido no incluirlas en los jurados?
Me parece que también hay otro tema de fondo: el estado como ente que legitima una obra. Los reclamos contra los jurados obvian ese importante detalle. Si la idea en boga desde hace ya bastantes años es romper con los paradigmas nacionales, si se ha hecho una literatura que busca oxigenar a sus creadores y lectores de una construcción de nación en crisis, quizás obsoleta, ¿no resulta paradójico esperar que el estado mismo acoja esas disidencias, aunque sea en la esfera tan limitada de los premios nacionales? Hay en Costa Rica otros premios cuyo valor simbólico pasa inadvertido para la mayoría: UNA-Palabra, ECR, Ancora, más recientemente el de la Academia de la Lengua. Pareciera entonces que el único galardón relevante es el Aquileo, que ha cambiado junto a la ideología de los grupos en el poder, permitiendo algunas aperturas pero también señalando el camino “correcto” a seguir. ¿Sería ingenuo pensar en una divergencia imposible de resolver entre los creadores—escritores en este caso—y un estado liberal en el plano económico pero muy conservador en sus valores? No tengo una respuesta definitiva al respecto, pero creo que los escritores debemos romper nuestras propias ataduras, considerar el Aquileo una opción—respetable, deseable, ¿por qué no?—pero no LA opción, como si nuestra posibilidad de existir como autores dependiera de él. Nos corresponde, también, hacer que nuestra literatura fluya, que llegue a la gente, sea dentro de Costa Rica o más allá.

jueves, 4 de febrero de 2010

Recuerdos en Seis

Hay una curiosa colección llamada "Six-Word Memoirs", creada por la Smith Magazine. El reto es escribir una historia personal en seis palabras o menos. Me gustaría intentarlo, pero ahora que me he sentado a la computadora veo que solamente puedo producir frases solemnes, como "Busco y solamente hay más búsquedas". Si escribiera algo como "Abajo la solemnidad, arriba la risa” estaría haciendo una declaración de principios (no siempre cumplidos) en lugar de contar una historia. ¿Qué tal algo así como: “Guaro melancólico, café energético, mota pacificadora”? Tal vez otra declaración: “Cuerpo minúsculo para tan enorme pasión”. En fin, como quien no quiere la cosa les he dejado saber mis más recientes cuitas en 4 frases de 6 palabras cada una, es decir una biografía de 24 palabras.