sábado, 1 de noviembre de 2008

La página corregida



Llevo esta página metida en la cabeza por meses, una obsesión a punto de cumplir un año.  Ve con desaliento que no ha quedado clara en el blog, pero ampliar su tamaño sería concederle aún más su ubicua condición de monstruosidad y bendición. 


Esta foto apareció en The New Yorker  del 24 y 31 de diciembre de 2007.  Reproduce un borrador de un cuento de Raymond Carver, originalmente titulado “Beginners”, con las correcciones de su editor, Gordon Lish.  El cuento, según TNY  fue recortado por Lis en una tercera parte e incluso se le cambió el título a “What We Talk About When We Talk About Love”,  el cual cimentó la el prestigio y la fama de Carver como uno de los grandes genios de finales del Siglo XX, y más específicamente como uno de los maestros del cuento.


El artículo va acompañado también por una serie de fragmentos de cartas que Carver le envió a Lish,  como una ilustración de las relaciones de amistad y profesionales entre ambos.  Me quedó la sensación, una vez terminada la lectura, de que Carver había adquirido con Lish una extraña deuda.  En cierto modo,  Lish había descubierto el diamante en bruto,  lo cual es elogiable.  Por otra parte, el Carver que admiramos muchos no es Carver en sentido estricto sino el personaje construido por su editor.  


En los últimos años se ha hablado en algunos medios sobre el papel del editor en los nuevos mercados.  Se menciona, por ejemplo, el trabajo de corrección que se hizo sobre el manuscrito original de La catedral del mar, de Idelfonso Falcones,  hasta convertir la novela de Falcones en el best-seller que ahora es.  Así como el cine ha dejado de ser la obra exclusiva de los directores para convertirse en el proyecto estético-comercial de los productores, la ficción parece recorrer similares caminos. Lish, sin embargo, me desconcierta, porque Carver no es Falcones,  ni un libro como Catedral  tiene la vocación de best-seller de La catedral del mar.   ¿Pero dónde está el límite?  ¿Cómo se negocia y hasta cuánto está dispuesto a ceder un escritor?


Creo, por otra parte, que la falta de buenos editores –lectores privilegiados,  sensibilidades que gozan de cierta distancia con respecto al material escrito– incide en la calidad de la literatura que se publica, por ejemplo, en Costa Rica.  Hay completa libertad, en cierto, pero aparecen también libros sin destilar, libros cuyo proyecto fracasa precisamente porque no  tuvo la oportunidad de pasar la criba de una crítica desde adentro, como objeto de cultura, como  un producto inevitablemente relacionado con un mercado.  


Pero ver la página de Carver con esa enorme equis de parte a parte señala que hay horrores distintos al de la página en blanco.  

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