sábado, 13 de septiembre de 2008

La era del espectáculo


Hacia 1882 el poeta José Martí escribió una crónica sobre una pelea de boxeo que se efectuó en Mississippi, Estados Unidos. A Martí parecía no agradarle este deporte, lo encontraba una bárbara costumbre traída por los inmigrantes irlandeses. ¿Entonces por qué escribir sobre algo que uno no le gusta? Una razón sería que la pelea en sí misma no era lo importante, sino otra cosa, algo que acontecía mientras tanto.  Al leer la crónica uno encuentra que los detalles del combate son menores en comparación con aquellos que se refieren a su impacto social y económico. De un modo u otro todo el país se vio inmerso en las expectativas, las apuestas y la fiesta que precedieron a la pelea. Martí se detiene en descripciones del ambiente, en las “peregrinaciones”  desde varios estados hacia Mississippi,  de lo que se bebía y se comentaba, incluso dedica espacio al comportamiento de las damas, quienes apostaban sus joyas y otros bienes al púgil de su predilección e iban a los combates atraías no por la técnica o la bravura sino por los cuerpos de los deportistas.

Martí nos deja el retrato de un país en el cual el entretenimiento, el circo lo llama algunas veces,  y sobre todo la novedad son formas de interacción social esenciales. Para un país formado en una disciplina de trabajo y de productividad que bordea lo religioso,  nos sugiere Martí, ni siquiera el ocio puede escapar de esa lógica.  Al americano le gusta que lo entretengan, que lo sorprendan, pero no hay fidelidad alguna con la novedad: una vez al alcance de la mano se rompe el encanto y la expectativa se dirige a lo siguiente que ha de venir.  El ocio debe ser productivo, la novedad también.  

Las convenciones políticas son un ejemplo contemporáneo de esa cultura del espectáculo y la novedad.  El partido demócrata reunido en Denver, Colorado, en la semana del 18 de agosto, tenía que vender una imagen de unidad y fuerza para que fuera consumida en masa.  El éxito de la convención  fue medido en números: ¿Cuánta gente podía convocar Barack Obama para su discurso de aceptación?  ¿Cuántos vieron el evento desde su casa? ¿Cuál fue el impacto inmediato en las encuestas de opinión?  Finalmente, el jueves de esa semana Obama no era solamente el candidato presidencial de su partido sino una especie de ídolo pop en la cumbre.  Pero su brillo no duró mucho.

Los republicanos siguieron muy cerca la convención.  Inundaron la programación televisiva con ataques a Obama. Los hubo todos los días con excepción del jueves en el que el candidato demócrata habló ante ochenta mil personas en un estadio y más de treinta y ocho millones lo vieron desde casa. Ya para el viernes el Partido Republicano usó su propia carta de novedad:  la gobernadora de Alaska Sarah Palin.  Hasta dos días antes, uno de los argumentos más fuertes contra Obama era su falta de experiencia.  A partir de ese viernes ya no se dijo nada al respecto, y ante la pregunta de algún periodista, el mantra  oficial era que los gobernadores cubrían una serie de áreas de decisión de las que poco se sabe, pero que les permite, aún con solamente un par de años en el cargo, tener los conocimientos necesarios para liderar el país.  Las primera imágenes de Palin la mostraban haciendo prácticas de tiro, la describían como cristiana y madre de familia.  La maquinaria republicana se aprestó a cerrar portillos, atenida a la mala memoria de una cultura de la novedad: lo que sirvió para atacar a Hillary Clinton en las primarias, debe servir ahora para defender a Palin; los atributos de Obama que fueron ampliamente combatidos ahora se revierten y los encarna Palin, que es mujer pero mujer blanca.   

Como espectáculo mediático la candidatura de la gobernadora de  Alaska ya sido un éxito.  Las reuniones políticas del candidato McCain ya no son de pequeños grupos sino de miles,  la vicepresidencia ha dejado de ser un puesto accesorio para volverse central, el eterno problema de raza de Estados Unidos puede ahora encontrar una vía de escape en esta mujer.  Hasta han aparecido una muñequitas tipo “Barbie” de Sarah Palin. Pero la imagen no significa necesariamente sustancia, y aún está por verse lo que hay detrás de esta desconocida.  Mientras tanto, los demócratas, si quieren ganar, deben resolver su propio problema de novedades. Con las elecciones a dos meses de distancia las opciones no parecen ser muchas, pero lo cierto es que lo  novedoso a veces envejece en una semana. Y pensar que José Martí ya lo intuyó hace cosa de un siglo.

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