sábado, 19 de julio de 2008

Con vos y Joan Jett

Mirá que me entero de un concierto de Joan Jett en Baltimore, a cielo abierto, a las 8:30 p.m. cuando empieza a anochecer en el verano. Y decido ir por ver gente, por sentirme rodeado de gente, pero también porque en mi imaginación pago una deuda con vos.  ¿Cuántos años tiene Joan Jett a estas alturas de la vida? ¿De dónde la han sacado si por años no hemos oído de ella?  Fijate que llegué al lugar del concierto y me sorprendió lo variado del público. Sí, muchísimo rebelde ochentero, ahora con camisetas polo, el pelo bien recortado (ellos),  las faldas largas y frescas, cierto aire chic de ejecutivo (ellas).  Pero además estaban los últimos baluartes del pelo largo y desordenado,  las camisetas muy raídas,  las arrugas ya profundas,  esos hippies ya tardíos a finales de los setentas que adoptaron a Joan Jett como la gran esperanza, luego de los desastres de la música disco y de las nuevas tendencias que iban surgiendo a finales de la década, esos ruidos raros de The Ramones, The Clash y Blondie.  Porque si algo tenía la Jett era la solidez interpretativa de los viejos rockeros, una presencia muy sexuada a lo Robert Plant,  y letras que sin alcanzar la altura de un Bruce Springsteen al menos le seguían los pasos.  Y había mucha gente joven también,  convocada por quién sabe qué motivos,  muy dispuestos a disfrutar el show de esa dama que muy bien podría ser su madre.

Para nuestro consuelo Joan Jett, está aún fabulosa.  Se presentó con unos pantalones  ceñidos de cuero negro, muy bajos, de esos que te permiten mostrar el ombligo y las primeras profundidades de la pelvis,  si estás en forma, o una vergonzosa  barriga si no te da vergüenza mostrarla.  Pues ella tiene un estómago perfecto, unos brazos musculosos, el pelo negrísimo y lacio,  ya no las mechas en flor que se usaban a principios de los ochentas. Aún sonríe poco en el escenario –sí, ya lo sé, nuestra referencia eran los videos musicales, pero vos entendés– y  creo que pasa así porque tiene sonrisa de niña, y cuando se le escapa baja los ojos y la cabeza con algo de timidez, y estoy seguro que se ha programado para no sonreír frente a su público, pues una mujer  con tanto control de su cuerpo y sus deseos no puede dar cabida a las debilidades del candor.

Y ella cantó y nosotros le respondimos. Los más jovencitos bailaron sin tregua. Los demás  quisimos hacerlo también, pero a los tantos minutos ya nos duelen los pies y en mi caso la multitud empieza a acongojarme.  Te cuento que la gente ya no levanta encendedores de mecha, sino sus celulares. Con ellos iluminan la noche y documentan el evento.  Algunos nostálgicos perdidos –o esnobs, o miembros de los nuevos cultos, vos escogés– de cuando en cuando mostraban en alto sus l.p. de vinilo,  la mayoría en perfecto estado, piezas de colección y recuerdo.

No necesito recordarte el repertorio de Joan Jett,  vos lo sabés de corazón aunque te cuento que tiene nuevas canciones en un disco llamado “Sinner”.  Sí te cuento que puede tocar muchas canciones sin interrupción, que no necesita un banquito en el escenario para sentarse a escondidas, que jamás habla del pasado.  Pero yo al menos fui al concierto precisamente por el pasado, el nuestro. ¿Te acordás cuando me dijiste que tu sueño salvaje era ser una rockera como Joan Jett?  No estoy seguro dónde me revelaste tal deseo,  pero me gustaría pensar que fue en nuestras conversaciones  camino a la oficina, no en mi Saveiro negro sino en tu extraño carro soviético, aquel  al que le daban unos estertores muy raros después de apagarlo y de sacar la llave de la ignición.  Tuvo que haber sido en uno de esos viajes,  pues en ellos cimentamos nuestra amistad a base de confidencias. 

            Y por eso también tenía que ir al concierto de Joan Jett.  Fue por nosotros, como homenaje a nuestra amistad, a tus sueños salvajes.  Pensé en algún momento que tendría algún tipo de revelación, alguna experiencia extraña, como verte asomada por alguna esquina del escenario.  No fue así,  pero ocurrió algo mejor: Sentí otra vez el fuego de nuestras ilusiones y de nuestras luchas.  Eso me hizo feliz.

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